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— 123la Marquesa? No se podía olvidar que se le debía la resurrección de Antonieta, sencillamente. Parecía que la estaba oyendo decir á su hija la primera vez que las presentó mutuamente: Oh! señora, son todos estos olores los que ponen á usted enferma... Hay que tirar pronto todo esto y beber grog caliente...

¡Qué cara puso Antonieta!

—Y Bella? ¡Ah! ¡ Bella!... Era la alegría de las tres casas. ¡Cómo había pesado, con ser tan frágil, en el destino de Jacobo! Su nieto se lo debía todo.

A su lado, en su culto, había aprendido todos los refinamientos y todas las delicadezas, educado sus propensiones violentas y corregido su naturaleza salvaje.

Por el camino del corazón, Bella había penetrado en su mente y la había iluminado con nueva luz. Un poco paleto, á pesar de sus pretensiones de elegancia, ella le había desbastado y, sobre todo, había vencido su egoísmo y despertado su sensibilidad.

Era una hermosa victoria, que se perfeccionaría á su tiempo con una brillante manifestación del poder adquirido. Bella obtenía de aquel muchacho de dieciséis años sin saber ni conocimientos de ninguna clase, que se expatriase diez meses del año, y que siguiese, primero, los cursos de una universidad inglesa, después los de una alemana, luego que descubriese la América, y, por último, que visitase la Australia, sólo para complacerla.

El marqués Godofredo era el que había establecido ese programa. Bella se encargó de hacérsele aceptar á Jacobo y el mismo Godofredo á la de Reteuil. Antonieta no puso obstáculo alguno y el conde Juan no se opuso; el proyecto no le desagradaba, pues su hijo tenía necesidad de cambiar de aires.