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tomar el café... ¡ Los negocios! Tiempo tenían durante todo el día...

Era aquella la táctica habitual de la Marquesa; no dar la menor importancia á esas cuestiones de dinero en que se ocupaban los hombres. Eso era vulgar é impropio de grandes señoras.

Con ese apoyo, Antonieta triunfaba de su madre, siempre débil, pero que dejaba decir, con las manos cruzadas en el vientre, contenta de vivir y de ver lo que veía.

Al que cuatro años antes le hubiera profetizado los sueños actuales, le hubiera tratado de loco incurable, y se hubiera encogido de hombros si alguien le hubiera dicho que un día vería reunidos en Valroy, alrededor de ella, en la misma mesa y en una misma intimidad, á su hija, casi curada por una serie de milagros, á su yerno, vuelto á una benevolencia general, á Jacobo, cada vez más tierno, y al marqués Godofredo, después de haber probado su lealtad, con su mujer Adelaida, aquel ángel, y su hija Arabela, aquella hada.

Era verdad que aquel resultado no se había obtenido de una vez; para llegar á él habían sido precisos una porción de hechos, peripecias y aventuras, en las que los Carmesy habían representado siempre el primer papel.

¡Cuánta razón había tenido ella, cuando acababan de llegar y todo el mundo les volvía la espalda, yendo hacia ellos á pesar de todo y procurando atraerlos y conquistarlos!

¡Qué bien había acertado cuando decía que la vuelta de aquellos nobles señores era una bendición para la comarca!

El Marqués (gran cabeza y hermoso corazón), había sabido desembrollar los negocios de Valroy... y á tiempo. Todavía le daba escalofríos el recordarlo... ¿Y