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gaba la nariz y alargaba los labios. Jacobo se ruborizó como si recibiera un bofetón...

—Tiene usted razón, Bella.

Y llamó: — Berta!...

Estaba la nodriza á treinta pasos y se paró en seguida al oir aquella voz que la hubiera hecho arrojarse al fuego. El Vizconde dió unos pasos y dijo secamente: —Berta, me harás el favor de no tutearme... Soy ya grande, y eso me fastidia.

La mujer no comprendió al principio el sentido de aquellas palabras. Cuando se dió cuenta de él, bajó la cabeza y de sus ojos se desprendieron dos lágrimas; pero dominó su pena y balbució: —Bien, como tú... como usted... como el señor quiera.

Le hablaba como una criada. ¿Qué otra cosa era para él? Jacobo acogió sus palabras con un signo de satisfacción, y la misma Bella pareció apaciguada...

Berta Garnache se fué por los trigos, con la cabeza más baja y el cuerpo más doblado que hacía un momento... Y aquel esqueleto era sacudido á cada paso por un sollozo: —¡ Jacobo !