Página:En la paz de los campos (1909).pdf/120

Esta página no ha sido corregida
— 116 —

so por la sola voluntad de su madre, pero que no le pertenecía ya y para el cual no era nada.

Cuando volvía á su casa y encontraba á José, se esforzaba por sonreirle, pero había llegado á temerle como á un remordimiento vivo.

El era el que hubiera debido ser legítimamente Vizconde, afortunado y lleno de orgullo y de alegría... y no era más que su hijo y el de Garnache. Y aquel niño, á quien había robado, desheredado y apartado de su sangre y de su raza, la quería, mientras que el otro...

La quería á pesar de su dureza y de su indiferencia, y todo se lo perdonaba creyéndola desgraciada por falta de salud.

Tampoco José se aproximaba á ella, pero al revés que el otro, era por temor de ser rechazado; la quería de lejos, él también, como ella al otro...

Algunas veces le daba lástima José é intentaba ser tierna, ser madre con él... Pero, al verle de cerca, al oir su voz, se estremecía de repente y retrocedía con el espanto de un aprendiz de verdugo ante su primera víctima.

Y José, que no comprendía y se había acostumbrado con el tiempo, se refugiaba entre las piernas de su padre ó las faldas de Sofía.

Cuando creció, aumentó su compasión por aquella desequilibrada en la que veía á su madre. Por ella aprendió la dulzura, pues, para hablarla, atenuaba su voz, más bien dura, y dulcificaba su ademán, más bien breve. Berta no se lo agradeció, ni lo notó siquiera, pues no le veía más que á través de un velo de contrición.

Doble dolor el uno siempre lejos y el otro demasiado cerca.

Hacía mucho tiempo que había cesado todo trato entre José y Jacobo. Se decía en el país que éste no se