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—¿Quién te ha dicho que he prescindido?

El joven se encabritó.

—La acogida que has hecho á miss Arabela no ha sido de un enemigo... me parece; parecía que la encontrabas á tu gusto...

El Conde se enfadó por completo. Acaso se reprochaba secretamente de haberse dejado coger, en efecto, por las monadas de aquella diminuta encantadora... Tenía él, pues, todavía tales extravíos de juventud?... Un niño, su hijo, los había notado... ¡ Un niño!... Sí, eran dos niños, esta palabra cantaba en su cerebro, y el Conde se sirvió de ella para replicar con desdén: —Yo no soy enemigo de una criatura y he podido encontrar graciosa á esa niña, sin que esto me comprometa á nada. Tampoco es ella responsable de las fechorías de su padre.

Jacobo se estremeció... «¡ Criatura... niña!» términos injuriosos según él... Y, disipado su sueño de aproximación de las dos familias, le dominó la cólera y se atrevió á decir, olvidando quién estaba delante de él: —Papá, por última vez, te ruego que hables de Arabela y de los suyos con el respeto que merecen, pues, de otro modo, tendré el dolor de evitar tu presencia.

Elige.

Juan se esforzó por sonreir.

— De modo que es la paz ó la guerra lo que me traes en los pliegues de tu manto?

—Justamente.

—Pues bien, escucha eres mi hijo; te he querido de niño, te he velado estando enfermo, te he cuidado y rodeado de cariño y no he vivido más que para ti, porque eras el único ser que me atraía en esta casa; empiezas á crecer y tratas de morderme... ¡ Cállate y sigue escuchando! El haber adorado á un niño no es