Página:En la paz de los campos (1909).pdf/113

Esta página no ha sido corregida
— 109 —

y hasta con tristeza á aquella heroína de trece años que le miraba con ojos maliciosos, pues al clavar la mirada en la suya, entrevió abismos y previó claramente las nuevas ruinas que aquella descendiente de las ruinas antiguas iba á sembrar en la comarca.

Tuvo el instinto profético de que era aquella adorable y fantástica niña la que, con sus manos de mujer apenas formadas, acabaría el desastre de Valroy y amenazaría Reteuil para llevárselo después.

Dominado por estos pensamientos y prescindiendo de insignificantes historias, Juan se mostró benévolo con la hija de los rojos; y ella redobló sus lindas monadas, prodigó sus efluvios y envolvió en su encanto á aquel hombre casi joven todavía, gran aficionado á mujeres y que, poco a poco, sin darse cuenta de ello, sufrió su seducción.

Una vez más la encantadora había ganado su causa. Juan como Jacobo, el padre como el hijo, la admiraban ya y la escuchaban con la misma expresión y la misma atención embelesada, mientras ella, que lo veía muy bien, caminaba ligeramente entre los dos.

Se hubiera dicho que se los llevaba cautivos.

Fué aquél uno de sus más hermosos éxitos; la conquista de un señor de París, de un hombre de círculo, de un sportman, amigo de los actores, amante de las actrices y que representaba para ella el colmo de la dificultad en la empresa, pero también un ideal de gloria si triunfaba. Bella se acordó siempre de aquel día.

Por la noche, cuando estuvieron solos, Jacobo dijo al Conde: —Celebro mucho, papá, que hayas prescindido de tus prejuicios respecto de los Carmesy, que son...

Valroy, ofendido por el tono de la frase, le interrumpió: