Página:En la paz de los campos (1909).pdf/111

Esta página no ha sido corregida
— 107 —

Sin embargo, poco a poco, fueron llegando rumores á los alrededores del castillo. Los Piscop y los Grivoize apercibían el oído y abrían la nariz, oliendo la ocasión y la ganga. No se sabía aún nada preciso y sólo había insinuaciones demasiado repetidas para que no tuvieran algún fundamento.

El Conde había paseado varias veces por sus campos y sus arboledas á personas sospechosas que no se parecían á sus antiguos amigos y que miraban, apre ciaban, parecían inventariar, tomaban notas y, á veces, disputaban entre sí duramente.

Era indudable que el Conde los sufría por necesidad. En fin, los Grivoize tenían el mismo notario que el Conde, y los pasantes, uno de ellos de doce años, no eran bastante discretos ni, acaso, incorruptibles.

En una palabra; se empezó á decir entre los bien enterados que las cosas iban mal del lado del castillo. » Curiosamente, y sabiendo bien lo que hacían, ciertos campesinos de repleta bolsa esperaban pacientemente disponiendo las mandíbulas.

Pero los que sabían se guardaban bien de advertir á los demás, lo que permitió á Juan sobrevivir á su fortuna y sostener mucho tiempo su lujo en la provincia. Pero tenía que llegar un día en que todo faltase, y entonces...

Ciertamente, la condesa Antonieta tenía bienes personales y un dote que estaba todavía intacto; pero todo eso hubiera sido un puñado de tierra para llenar una fosa, y, además, į consentiría la Condesa? Y su marido ante todo, tendría valor para confesarlo todo y pedirle socorro ?

Lo había pensado algunas veces y siempre había rechazado esa solución—la única práctica, sin embargo, con cólera y repugnancia. ¡ Jamás! ¡ Jamás!