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turaleza generosa, no sabía rehusar un servicio y tenía el billete de banco fácil.

Súpose aquello rápidamente y Juan fué muy buscado para aprovechar su candor y su prodigalidad.

Cuando la vida le instruyó, siguió siendo débil y vanidoso, que son dos brechas abiertas á la explotación.

Todos los días se acusaba á sí mismo y se juraba reformar su vida y separarse de los falsos amigos ; pero siempre volvía á sus errores, buscaba á sus compañeros habituales, abría las manos y vaciaba los bolsillos.

Un rico americano de los que cuentan los millones por miles, hubiera, acaso, resistido este género de sport, pero Juan de Valroy era sencillamente millonario, contando con sus bienes raíces, se vió pronto reducido á las combinaciones.

Empezó entonces una defensa desesperada, que pronto se convirtió en derrota, y, de especulación en especulación, Valroy precipitó su ruina.

Al cabo de diez años, sin que se supiera en su provincia, y menos aún en el castillo, el dominio hereditario estaba hipotecado y comprometido de todos modos. El desgraciado Conde, que seguía la lucha por fuerza para que no se viniera todo abajo, no conoció ya una noche de sueño ni un instante de reposo.

Orgulloso en la derrota, no confiaba á nadie su secreto y lo llevaba consigo, haciéndolo así más punzante. A quién se le había de confiar? Bajo el punto de vista de esposo y padre de familia, estaba solo en el mundo.

Durante dos años más,, tapando un agujero y destapando otro, y gracias á los mil recursos de una mente en el último extremo, sostuvo tal cual las apariencias y fué salvando la situación.