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y de los campos después de los prados, por los que pasaba la caricia murmuradora de las brisas que levanta la tarde.

¡Ah! cómo hablaba á su corazón aquel rincón de tierra del que conocía todos los árboles y todas las piedras...

Toda su vida estaba allí... el resto era mentira, disipación y demencia.

Pero después, de un empujón, echaba por tierra el fardo demasiado pesado de sus penas, que parecían remordimientos, y volvía á lanzarse en las diversiones y en los negocios.

Arrastrado por ese engranaje, no sabía cómo salir... y, además, era preciso á toda costa recobrar su dinero, mala gimnasia que conduce á la voltereta.

Había tenido aventuras. La triste Condesa no se engañaba por completo cuando lo suponía presidiendo orgías con una rubia á la derecha y una morena á la izquierda. Sin incurrir tanto en la decadencia latina, ello era que cultivaba diversas relaciones mujeriles en distintas clases sociales, y que por una rara mala suerte, que ciertamente no ocurre á nadie más que á él, ni una sola de ellas fué desinteresada.

Juan fué despojado por muy lindas manos y recogió ciertos provechos y pequeñas ventajas, pero siempre, cuando la ilusión se había pasado, encontró la cuenta exagerada.

El Conde no decía nada y su reputación de hombre galante seguía siendo legendaria, lo que hacía que, apenas acababa una aventura, era solicitado para otra.

¡Pobre Conde !... Provinciano recién llegado, sin haber estado en París más que con largos intervalos y cortas temporadas, al principio fué cándido; después, bueno es decirlo en su elogio, era realmente de na-