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llas riquezas á la última heredera de dos razas decaídas, con un nombre, aunque fuera menos sonoro.

Esto sucedería dentro de unos cuantos años, pero sucedería, de seguro, y tal perspectiva le embriagaba.

Iba cantando por el camino, pero una idea repentina cortó de repente su alegría. ¿Y si los Carmesy rechazaban su petición y no querían un Valroy descendiente del amigo de Law y de Ponchartrain ?... ¿Y si, encastillados en su orgullo, oponían á sus deseos una negativa desdeñosa ?

Jacobo se sintió angustiado, pero se encogió de hombros y murmuró: —No hay más que el dinero. Bella debe ser rica, porque, si no, sería desgraciada, y sus padres lo sabían bien.

Así tranquilizado una vez más, cortó por el bosque, subió un escarpado sendero y se encontró detrás del castillo, en el que penetró por una puerta que daba entrada á los jardines.

Poco tiempo después su padre fué informado de aquellas nuevas relaciones cuya intimidad aumentaba todos los días.

—Tú también te pasas al enemigo—le dijo;—ya sé que te acompañas con la gente roja.

Jacobo hizo un gesto nervioso. A cualquiera otro que á su padre le hubiera respondido de un modo brutal; con él se contuvo, pero no pudo menos de replicar con una frase, justa en principio: —Papá, conócelos antes de juzgarlos.

Juan de Valroy movió la cabeza: «No, no quería conocer ni juzgar, y le importaba poco aquel juego de niños. » Aquel día Jacobo quiso menos á su padre.

Juan, por otra parte, cambiaba también y de todas maneras. Si no se notaba alrededor de él, era porque