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ventadas ó exigidas por su ingenioso esposo y participar de los provechos, sin prescindir de su aspecto leal y de su alma honrada.

Miraba á la gente á los ojos con claras é intrépidas pupilas, detrás de las cuales el más suspicaz inquisidor no hubiera jamás pensado en descubrir vergonzosos misterios ni feos secretos.

Y, sin embargo, aquella mujer no era inconsciente; era particular, particular en todo.

Desde su infancia tenía la idea, inculcada por unos padres maniáticos de nobleza y rabiosos de miseria, de que ciertos nombres y ciertas familias gozaban de todas las inmunidades.

Según ella, lo que era criminal para un Benoit ó un Morin, no tenía importancia en un O'Brien ó en un Carmesy. Lo que éstos hacían no era robar, sino rectificar la suerte.

Las personas bien nacidas, también según ella, tenían derecho á decirlo y á hacerlo todo... y se puede añadir á cogerlo todo. Era la última consecuencia de la antigua fórmula: «El Rey está en todas partes en su casa. Como sus abuelos habían sido reyes, ella seguía estando en su casa.

Entretanto, el Marqués estaba arreglando en un rincón sus cañas, su red y sus diversos botes; después sacó un frasco del bolsillo y le dejó en la mesa medio vacío.

Viendo la mirada interrogadora del joven, dijo alegremente: —Es «whisky», Vizconde; excelente para combatir las nieblas al lado del agua, al amanecer...

El Marqués canturreaba de buen humor, á pesar de su mala pesca; por el momento tenía á la vista un pez más gordo y le veía dar vueltas alrededor del anzuelo.

—Por cambiar—dijo,—vamos á tomar una copita de