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Allí había un puente de madera por el que se llegaba al puente levadizo de la segunda poterna y después al patio de honor, entre la torre principal y la capilla...

Vea usted más lejos; ese cuadrilátero, todavía vagamente dibujado entre los musgos y las hierbas, era el de las grandes lizas, y más lejos la gran torre, con su triple fila de troneras, sus barbacanas y sus almenas. Después la torre del vigía con la sala de guardias. El conjunto pasaba de tres mil toesas y podía alojar cuatrocientos habitantes, señores, escuderos, soldados y lacayos, con sus mujeres y sus proles. En las cuadras había sitio para cien caballos cómodamente, y los ganados pastaban en libertad la hierba de los fosos en las buenas estaciones. En la más alta torrecilla flotaba el estandarte rojo, el carmesí de los árabes, protección ó amenaza, manifestación de fuerza, símbolo y recuerdo... A su caída, el feudalismo que representaba sobrevivió mal para extinguirse muy pronto.

El anciano Marqués pronunció melancólicamente estas tristes palabras; dejó caer los brazos, que parecían envolver y abrazar aquella tierra, y volvió á echar á andar con la cabeza baja.

Djeck y Bellísima se miraban por detrás de él y se sonreían, con un completo olvido de los guerreros muertos, de los castillos derrumbados y de los tiempos desaparecidos.

Al llegar á la casa Jacobo quiso despedirse, pero Carmesy le cogió de un brazo.

—Entre usted, beberemos un grog para abrirnos el apetito.

El joven no dijo que no; aquella atmósfera le gustaba; saludó á la marquesa Adelaida y fué acogido cordialmente con un franco apretón de manos. La extraña característica de aquella mujer, joven todavía y todavía guapa, era prestarse á las peores farsas in-