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y de aventuras que el peso de los años; el cutis, curtido y quemado por la acción de todos los climas, tenía durezas de bronce claro; en aquella cara morena y envilecida, pero enérgica todavía, los ojos, muy pálidos, ralucían casi crueles y alarmantes; un bigote rojizo, sin una cana, ocultaba la boca de delgados labios y subrayaba una nariz en forma de pico.

El cuerpo se conservaba delgado y esbelto, á pesar de sus ropas destrozadas, y tenía cierta elegancia y nobleza de líneas; sus manos, sucias por el contacto viscoso de los peces moribundos, eran finas; y se adivinaba que sus pies, en los zuecos de campesinos, eran pequeños y de raza,» como decía el mismo Marqués.

Extraño hombre, en verdad, que debía haberlas visto de todos los colores; para quien la palabra escrúpulo ó prejuicio debía sonar sin evocar un sentido ; aventurero que había corrido todo el mundo; bandido, acaso, y estafador sin duda; arruinado y decaído como su raza; enigmático, sospechoso, equívoco, y, sin embargo, seduciendo á veces al modo de las fieras, encantador y simpático por su gracia altanera y por el atractivo del misterio. Un tipo.

De todo lo que decía se exhalaba un perfume de honradez; no hubiera cedido en honor á don Diego ni en caballerosidad á Bayardo. Nadie rindió homenaje á la virtud como él en sus palabras; en cuanto á sus actos, esto era negocio suyo.

Era evidente que con tal exterior y tal modo de hablar había debido engañar sin gran trabajo á las almas sencillas.

Tal como era, no desagradó al Vizconde, menos acostumbrado al mundo que la mayor parte de los muchachos de su edad educados en las ciudades. Su experiencia era nula y sus juicios no eran más que caprichos.

Una persona le gustaba ó no le gustaba, sin más raEN LA PAZ.—7