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CRÓQUIS FUEGUINOS

recen ser los restos de algún otro monte enorme que se desmoronara y cuyas ruinas y escombros el mar fuera impotente para cubrir.

Aquí se alza una punta que parece un dedo: allá corre una sucesión de largas piedras negras que al querer desviar las corrientes éstas baten como un martillo coronándolas de espuma y que figuran las vértebras dorsales de un esqueleto gigante; más allá, asoma una cabellera enmarañada y canosa, formada por una gran piedra brillante en que las ólas se estrellan con fúria desmenuzándose y más lejos un brazo amenazador, levantando una enorme maza, emerge de entre un hacinamiento de islotes pequeños y parece querer cerrar el paso á las corrientes. El oleaje, revolviéndose impetuoso, lo embiste, saltando por sobre él y formando una especie de cascada, cuyas aguas, al salvar la barrera, se alejan con ruído estruendoso semejando yá una carcajada burlona, yá un grito de triunfo cuyos ecos se confunden poco á poco con el siniestro murmullo de las rompientes ó el estridente chirrido de las áves marinas que buscan su alimento entre las tajaduras de los escollos entre las peñas varioladas que el agua ataca imperturbable con su acción lenta y corrosiva.

Sobre el canál, cuya superficie es apenas risada por la mar de leva, yerguen sus paredes cortadas a pico los glaciéres que vienen del interior y semejan ríos helados que bajando de los flancos de la montaña, nivelan los abismos y las cimas, tendiendo una sábana de colores variados desde la cumbre del monte enhiesto.

Aquí una tajadura presenta una esmeralda colosál de una altura de treinta ó cuarenta métros, que sobre su verde intenso muestra el esmalte rojo de una ladera moteada de incrustaciones violetas ó azules; allí, un picacho que parece tallado en facetas brillantes, descompone la lúz en