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EN EL MAR AUSTRÁL

todavía... Somos cuatro, que andamos por irnos á lobear, y uno más no nos hace daño... ¡al contrario!

Un rayo de luz alumbró miánimo abatido y acepté con júbilo la proposición tentadora: entre suicidarme estúpidamente en Punta Arenas ó luchar brazo á brazo con la suerte, no era dificil la elección para un temperamento como el mío.

Y por otra parte —¿á qué negarlo?— seducía á mi alma aventurera y á mi ardor juvenil, la vida accidentada de esos bravos que juegan su existencia á una sola carta —la única que les queda talvéz— y se lanzan á buscar la fortuna, allá, entre los escollos donde la mar bravía rompe en los barrancos abruptos, paradero de los lobos que se recrean jugueteando con el espumarajo de las ólas.

Me atraían con fuerza invencible las tajaduras sombrías de los peñascos enhiestos, donde ejercen su vigilancia los albatros y los alciones, guardianes solitarios del desierto

imponente y grandioso.