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EN EL MAR AUSTRÁL

altura, daba al aparato una suave inclinación, permitiéndo que las arenas corrieran sobre ella arrastradas por el agua, dando tiempo á que el oro fuera depositándose en los atravesaños del trayecto.

En el extremo alto, se colocó una bolsa de encerado con capacidad para dós toneladas de agua; que Calamar y Matías debían mantener constantemente, trayéndola en baldes del arroyo, mientras que Oscar y Castinheiras acercaban la sirca que La Nodriz y yo sacábamos del pozo, el cuál, cuando no se derrumbaba se llenaba de agua, que vertía el subsuelo, obligándonos á un penosísimo trabajo. La canaleta descansaba en tierra, sobre un trozo de alfombra destinado á recoger el oro fino que los peldaños no pudieran detener y que el agua arrastrara al derramarse.

Luego que estuvimos instalados y ántes de empezar la faena, dijo Smith:

— Hay que repartir las cháilas: esto es de léy en todo campamento y como saben, tráe suerte.

Y á todos nos alcanzó una partícula del primer metal sacado, dándole á La Nodriza, para Dón Pepito, el grano más grueso que se habia hallado y todo el polvo sobrante.

—¡Oh!... -dijo La Nodriza sonriendo.-él yá tiene un capitalito!.... Y me moriré de hambre antes que gastarle nada!.... La otra noche, no más, estábamos jugando y me pelaron.... pués ni se me ocurrió la cosa!

Y sacando del seno una bolsita, envuelta en un pedazo de cuero, añadió:

—Es la vejiga de La Papallona, la cabra que lo crió y tiene como doscientos gramos.... ¿no vén?

Y cuidadosamente agregó al capitál que contenía la extraña caja, el sobrante de las cháilas y el donativo, mientras Smith. haciendo su mueca característica, indicadora