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XIV.

Instantáneas

La grietadura por donde nos deslizamos en la mañana era tán estrecha, por más que fuera como tirada á cordél y que las paredes se alzaran perpendiculares y cási sin presentar un reborde, que á cada momento parecía que íbamos á tocar con los remos.

Oscar y La Avutarda, manejando los bicheros y haciendo fuerza con ellos, afirmándolos en la paréd, ayudaban á impulsar la embarcación lentamente, pués siendo la hora de la bajamar, la corriente nos era contraria y también la suave brisa reinante.

— Si sopla un chiflón aquí, salimos de este canuto como una bala, —exclamó Smith,— si no nos estrellamos como un huevo!

— ¡Báh! —repuso Calamar,— eso no importaría tanto!... El caso es que en estas paredes peladas ni siendo gatos llegamos arriba: deben tener lo ménos cuarenta métros. Parece que el cerro hubiera sido cortado con cuchillo y por uno á quien no le temblaba el pulso.