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los hombres, Huanca sentía que en ese dolor y en esa cólera no entraban sus intereses personales sino en poca medida. Personalmente, él, Huanca, había sufrido muy raras veces los abusos de los de arriba. En cambio, los que él vio cometerse diariamente contra otros trabajadores y otros indios miserables, fueron inauditos e innumerables. Servando Huanca se dolía, pues, y rabiaba, más por solidaridad o, si se quiere, por humanidad, contra los mandones —autoridades o patrones— que por causa propia o personal. También se dio cuenta de esta esencia solidaria y colectiva de su dolor contra la injusticia, por haberla descubierto también en los otros trabajadores cuando se trataban de abusos y delitos perpetrados en la persona de los demás. Por último. Servando Huanca llegó a unirse algunas veces con sus compañeros de trabajo y de dolor, en pequeñas asociaciones o sindicatos rudimentarios, y allí le dieron periódicos y folletos en que leyó tópicos y cuestiones relacionadas con esa injusticia que él conocía y con los modos que deben emplear los que la sufren, para luchar contra ella y hacerla desaparecer del mundo. Era un convencido de que había que protestar siempre y con energía contra la injusticia, dondequiera que ésta se manifieste. Desde entonces, su espíritu, reconcentrado y herido, rumiaba día y noche estas ideas y esta voluntad de rebelión. ¿Poseía ya Servando Huanca una conciencia clasista? ¿Se daba cuenta de ello? Su sola táctica de lucha se reducía a dos cosas muy simples: unión de los que sufren las injusticias sociales y acción práctica de masas.

—¿Quién es usted?— le preguntó enfadado el subprefecto Luna a Huanca, al verle entrar a su despacho, introducido por el alcalde Parga.