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ella y José era algo muy inconsistente, difuso, frágil, insípido. Muchas veces, pensándolo, Laura se daba cuenta que no sentía nada por este hombre. Y, si más lo pensaba, llegaba a apercibirse, en fin, de que le odiaba...

En esto meditaba Laura, remendando su zapato.

Los hermanos Marino, en sus camas, meditaban, el uno, José, ansiosamente, en Laura, y el otro, Mateo, con cierto malestar, en Laura y en José. Este quería ir a la cocina. Mateo no quería que José pudiera ir a la cocina. José esperaba que Mateo se quedase dormido. Aun cuando estaba convencido de que Mateo lo sabía todo, estaba también ahora convencido de que Mateo se haría el desentendido y de que tendría que quedarse, tarde o temprano, dormido. Sin embargo, las suposiciones de José no correspondían del todo a la realidad del pensamiento y la voluntad de Mateo. Por primera vez, esta noche, Mateo sentía una especie de celos vagos e imprecisos. A Mateo, en verdad, le dolía que José fuese a la cocina. ¿Por qué? ¿Por qué esta noche tales reparos y no las otras veces? ....

Pasó largo rato, las cosas así en la cabeza de Laura y en la doble cabeza de "Marino Hermanos". Estos oyeron luego que Laura salía a desensillar el caballo y a echarle el otro tercio de alfalfa. El ruido de &us pasos era blando, casi aterciopelado y voluptuoso, pues Laura llevaba zapatos llanos. Oyéndola, el deseo se avivó en José. Le vino entonces ganas de tragar saliva y no lo pudo evitar. Mateo, oyendo la deglución salival de su hermano, se aseguró entonces de que éste desvelaba y sus resquemores se avivaron.

Laura volvió a la cocina y cerró de golpe la puerta. Los hermanos Marino se estremecieron.