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—Beba, que yo asegurarle
puedo, por lo que he oservao,
que le entona el entripao,
si es que anda con remisión.
(Parando la atención hacia la esqui-
na, se levanta atareado).

—¿Qué hay?... ¿Qué pasa?
—¡Mi china!
Haga el bien de acompañarme
—¿A dónde?
—Aquí hasta l'esquina.
Vamos, hombre, vamos. Voy
una chiruza a mostrarle
¡de ordago! a la que estoy
enamorando.
—¡Óigale
al viejo... y enamorao!
—¿Y diay? Si eso no es pecao.
—¡Quién lo ha visto y quién lo ve!
—Nada l'extrañe amigazo.
Si a mí todo m'enamora,
es porque en mi pecho mora,
un sentimiento machazo.
(Vánse muy animados. Ana María
con el mate. Al instante Canuto).

—¡Oy, se fueron?... Ni un chiquito
me dejaron para mí.
—¿No está el hombre que vive aquí?
—No; ¿qué querís, Canutito?
—Entregarle los boyito.
—Si ende hoy que ya compró.
—Eso a vos nada te importa: