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Roberto Arlt

el pecho lo hizo retroceder, en tanto que otro polizonte lo cogía del brazo.

No es de dudar que el Rengo comprendió de lo que se trataba, porque haciendo un esfuerzo desesperado se desprendió.

Los vigilantes al intentar seguirle tropezaron con la valija y uno de ellos rodó por la escalera, cayéndole del bolsillo el revólver, que se descargó.

El estampido lenó de espanto a los moradores de la casa, y equivocadamente se atribuyó ese tiro al Rengo, que no había alcanzado a trasponer la puerta de calle.

Entonces sucedió una cosa horrible.

El hijo de la vejezuela, carnicero de oficio, enterado por su madre de lo que sucedía, cogió su bastón y se precipitó en persecución del Rengo.

A los treinta pasos le alcanzó. El Rengo corría arrastrando su pierna inútil, de pronto el bastón cayó sobre su brazo, volvió la cabeza y el palo resonó encima de su cráneo.

Aturdido por el golpe intentó defenderse aún con una mano, pero el pesquisa que había llegado le hizo una zancadilla y otro bastonazo que le alcanzó en el hombro terminó por derribarle. Cuando le pusieron cadenas el Rengo gritó con un gran grito de dolor.

—¡Ay! mamita — después otro golpe le hizo callar y se le vió desaparecer en la calle obscura amarradas las muñecas por las esposas que retorcían con rabia los agentes marchando a sus costados.

Cuando llegué a la casa de Arsenio Vitri, Gabriela no estaba ya.

Su detención se efectuó pocos momentos después que yo salí.