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Don Quijote.

suelo, que no parece sino que va derramando salud donde pa- sa? Pues sepa vuesa merced, que lo puede agradecer primero á Dios, y luego á dos fuentes que tiene en las dos piernas, por donde se desagua todo el mal humor de quien dicen los médicos que es- tá llena.-¡Santa María! dijo Don Quijote, ¡y es posible que mi se- ñora la Duquesa tenga tales desguaderos? No lo creyera, si me lo dijeran frailes descalzos; pero pues la señora Doña Rodriguez lo dice, debe de ser así; pero tales fuentes y en tales lugares no deben de manar humor, sino ámbar líquido. Verdaderamente que ahora acabo de creer que esto de hacerse fuentes debe de ser cosa impor- tante para la salud'. Apenas acabó Don Quijote de decir esta ra- zon, cuando con un gran golpe abrieron las puertas del aposento, y del sobresalto del golpe se le cayó á Doña Rodriguez la vela de la mano, y quedó la estancia como boca de lobo, como suele decir- se. Luego sintió la pobre dueña, que la asian de la garganta con dos manos tan fuertemente, que no la dejaban gañir, y que otra per- sona con mucha presteza, sin hablar palabra, le alzaba las faldas, y con una, al parecer chinela, le comenzó á dar tantos azotes que era una compasion: y aunque Don Quijote se la tenia, no se meneaba del lecho, y no sabia que podia ser aquello, y estábase quedo y ca- llando, y aun temiendo no viniese por él la tanda y tunda azotes- ca: y no fué vano su temor, porque én dejando molida á la dueña los callados verdugos, la cual no osaba quejarse, acudieron á Don Quijote, y desenvolviéndole de la sábana y de la colcha, le pelliz- caron tan á menudo y tan reciamente, que no pudo dejar de defen- derse á puñadas, y todo esto en silencio admirable. Duró la bata- lla casi media hora: saliéronse las fantasmas, recogió Doña Rodri- guez sus faldas, y gimiendo su desgracia se salió por la puerta afue- ra sin decir palabra á Don Quijote, el cual doloroso y pellizcado, confuso y pensativo, se quedó solo, donde le dejarémos deseoso de saber quién habia sido el perverso encantador que tal le habia pues- to: pero ello se dirá á su tiempo, que Sancho Panza nos llama, y el buen concierto de la historia lo pide.

1 Las fuentes y los sedales en brazos, muslos, piernas, y hasta en el colodrillo, eran muy usados

en tiempo de Cervantes, y lo fueron aun mas en los años siguientes.