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CAPÍTULO XLVII.

pio y causa de su desvarío, y todo el progreso de sus sucesos, hasta haberlo puesto en aquella jaula, y el designio que llevaban de llevarle á su tierra, para ver si por algún medio hallaban remedio á su locura. Admiráronse de nuevo los criados y el Canónigo de oir la peregrina historia de Don Quijote, y en acabándola de oir, dijo: Verdaderamente, señor Cura, yo hallo por mi cuenta, que son perjudiciales en la república estos que llaman libros de caballerías: y aunque he leido, llevado de un ocioso y falso gusto, casi el principio de todos los mas que hay impresos, jamas me he podido acomodar á leer ninguno del principio al cabo, porque me parece, que cual mas, cual menos, todos ellos son una mesma cosa, y no tiene mas éste que aquel, ni estotro que el otro: y segun á mí me parece, este género de escritura y composicion cae debajo de aquel de las fábulas que llaman milesias, que son cuentos disparatados, que atienden solamente á deleitar y no á enseñar, al contrario de lo que hacen las fábulas apólogas, que deleitan y enseñan juntamente: y puesto que el principal intento de semejantes libros sea el deleitar, no sé yo como puedan conseguirle, yendo llenos de tantos y tan desaforados disparates: que el deleite, que en el alma se concibe, ha de ser de la hermosura y concordancia que ve, ó contempla en las cosas que la vista, ó la imaginacion le ponen delante, y toda cosa que tiene en sí fealdad y descompostura, no nos puede causar contento alguno. Pues ¿qué hermosura puede haber, ó qué proporcion de partes con el todo, y del todo con las partes, en un libro, ó fábula, donde un mozo de diez y seis años da una cuchillada á un gigante como una torre, y le divide en dos mitades, como si fuera de alfeñique? Y qué ¿cuando nos quieren pintar una batalla, después de haber dicho que hay de la parte de los enemigos un millon de compitientes? Como sea contra ellos el señor del libro, forzosamente, mal que nos pese, habemos de entender, que el tal caballero alcanzó la vitoria por solo el valor de su fuerte brazo. Pues ¿qué diremos de la facilidad con que una Reina ó Emperatriz heredera, se conduce en los brazos de un andante y no conocido caballero? ¿Qué ingenio, si no es del todo bárbaro é inculto, podrá contentarse leyendo, que una gran torre llena de caballeros va por la mar adelante, como nave con próspero viento, y hoy anochece en Lombardía, y mañana amanece en tierras del Preste Juan de las Indias, ó en otras, que ni las descubrió Tolomeo, ni las vió Marco Polo? Y si á esto se me respondiese, que los que tales libros componen, los escriben como cosas de mentira,