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DON QUIJOTE.

y con tanto trabajo, muérome de pesadumbre, y adonde él pone los piés, pongo yo los ojos. No sé con que intencion viene, ni como ha podido escaparse de su padre que le quiere estraordinariamente, porque no tiene otro heredero, y porque él lo merece, como lo verá vuestro merced cuando le vea. Y mas le sé decir, que todo aquello que canta, lo saca de su cabeza, que he oido decir que es muy gran estudiante y poeta: y hay mas, que cada vez que le veo, ó le oigo cantar, tiemblo toda y me sobresalto temerosa de que mi padre le conozca y venga en conocimiento de nuestros deseos. En mi vida le he hablado palabra, y con todo eso le quiero de manera, que no he de poder vivir sin él. Esto es, señora mia, todo lo que os puedo decir deste músico cuya voz tanto os ha contentado, que en sola ella echareis bien de ver, que no es mozo de mulas como decis, sino señor de almas y lugares, como yo os he dicho. —No digais mas, señora Doña Clara, dijo á esta sazon Dorotea, y esto besándola mil veces: no digais mas, digo, y esperad que venga el nuevo dia, que yo espero en Dios de encaminar de manera vuestros negocios, que tengan el felice fin que tan honestos principios merecen. —¡Ay señora! dijo Doña Clara, ¿qué fin se puede esperar, si su padre es tan principal y tan rico, que le parecerá, que aun yo no puedo ser criada de su hijo, cuanto mas esposa? Pues casarme yo á hurto de mi padre, no lo haré por cuanto hay en el mundo: no querria sino que este mozo se volviese y me dejase, quizá con no velle y con la gran distancia del camino que llevamos se me aliviaria la pena que ahora llevo, aunque sé decir que este remedio que me imagino, me ha de aprovechar bien poco: no sé que diablos ha sido esto, ni por donde se ha entrado este amor que le tengo, siendo yo tan muchacha y él tan muchacho, que en verdad que creo que somos de una edad mesma, y que yo no tengo cumplidos diez y seis años, que para el dia de San Miguel que vendrá, dice mi padre que los cumplo. No pudo dejar de reírse Dorotea, oyendo cuan como niña hablaba Doña Clara, á quien dijo: Reposemos, señora, lo poco que creo queda de la noche, y amanecerá Dios, y medrarémos, ó mal me andarán las manos. Sosegáronse con esto, y en toda la venta se guardaba un grande silencio: solamente no dormian la hija de la ventera y Maritórnes su criada, las cuales, como ya sabian el humor de que pecaba Don Quijote, y que estaba fuera de la venta armado y á caballo, haciendo la guarda, determinaron las dos de hacelle alguna burla, ó á lo menos de pasar un poco el tiempo, oyéndole sus disparates.