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El hombre mediocre

dad, su enemiga. Cuando arrecia el encanallamiento de los rebaños, cuando más sofocante tórnase el clima de las mediocracias, ellos crean un nuevo ambiente moral, sembrando ideales: una nueva generación, aprendiendo á amarlos, se ennoblece. Frente á las burguesías afiebradas por remontar el nivel del bienestar material,—ignorando que su mayor miseria es la falta de cultura,—ellos concentran sus esfuerzos para aquilatar el respeto de las cosas del espíritu y el culto de todas las originalidades descollantes. Mientras la vulgaridad obstruye las vías del genio, de la santidad y del heroísmo, la sugestión de ideales concurre á restituirlas, preparando el advenimiento de esas horas fecundas que caracterizan la resurrección de las razas: el clima del genio.

Toda ética idealista transmuta los valores y eleva el rango del mérito; las virtudes y los vicios trocan sus matices, en más ó en menos, creando equilibrios nuevos. Ésa es, en el fondo, la obra de todos los moralistas: su originalidad está en cambios de tono que modifican las perspectivas de un cuadro cuyo fondo es casi impermutable. Frente á la mediocridad, que empuja á ser vulgares, los caracteres dignos afirman su vehemencia de ideal. Una mediocracia sin ideales,—como un individuo ó un grupo,—es vil y escéptica, cobarde: contra ella cultivan hondos anhelos de perfección. Frente á la ciencia hecha oficio, la Verdad como un culto; frente á la honestidad de conveniencia, la Virtud desinteresada; frente al arte lucrativo de los fun-