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El hombre mediocre

vo, sin compromisos. Impórtale menos agredir el mal que consienten los otros y más le sirve estar libre para realizar toda perfección que sólo depende de sí mismo. Posee una «sensibilidad individualista». Son notorias las diferencias entre el individualismo doctrinario y el sentimiento individualista; el uno es teoría y el otro es actitud. En Spencer, la doctrina individualista se acompaña de sensibilidad social; en Bakounine, la doctrina social coexiste con una sensibilidad individualista. Es cuestión de temperamentos y no de ideas; aquél es la base del carácter. Todo individualismo es una actitud de revuelta contra los dogmas y los prejuicios reinantes en las mediocracias; revela energías anhelosas de exparcirse y contenidas por mil obstáculos opuestos por el espíritu gregario. El individualista niega el principio de autoridad, se sustrae á los prejuicios, desacata cualquiera imposición, desdeña las jerarquías independientes del mérito. Los partidos, sectas y facciones le son indiferentes por igual, sintiéndose extraño á cada uno. Los regímenes políticos y las leyes escritas no han modificado nunca la mediocridad de quienes las admiran ni el sufrimiento de quienes las aguantan.

Su ética difiere radicalmente de esos individualismos sórdidos que reclutan las simpatías de los mediocres. Hay dos morales egoístas. El digno elige la elevada, la de Zenón ó la de Epicuro; el mediocre opta siempre por la inferior y se encuentra con Aristipo. Aquél se refugia en sí para acri-