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José Ingenieros

siciones que en su ambiente posee la mayoría de los sujetos normales. Por eso entre la inteligencia y el talento sólo hay una diferencia cuantitativa, que es cualitativa entre el talento y el genio.

No es así, aunque parezca. El talento es mucho más que una mediocridad complicada; no puede ascender hasta él la inteligencia común. Implica, en algún sentido, cierta forma de «ingenio», que la educación convierte en talento de su propio género. Las mentes más preclaras, en cambio, llegarán ó no á la genialidad, según lo determinen circunstancias extrínsecas: su obra revelará si tuvieron funciones decisivas en la vida ó en la cultura de su pueblo.

En otro terreno plantea Ferri la diferencia, queriendo permanecer fiel á su escuela. Dice que el genio posee, acentuado, un franco desequilibrio ó anormalidad; su producción científica ó artística se adelanta mucho á su época; sus creaciones ó descubrimientos son profundos y radicales. El hombre de talento, en cambio, es más equilibrado y su degeneración física y mental es menor; no es un precursor decidido, sino más bien un coordinador de elementos dispersos, cuya amalgama produce un resultado nuevo, aunque sin la verdadera y profunda novedad de la ideación genial. Las conclusiones son buenas; no así las premisas. Son, sin duda, geniales: Cervantes, Miguel Ángel, Wagner, Dante, Napoleón, Sarmiento, Ameghino; son talentosos: Flaubert, Canova, Verdi, Hugo, Washington, Wallace. Existen tipos inter