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José Ingenieros

en las sucesivas, herederas legítimas de su estilo, de sus ideas ó de sus obras.

La adulación prodiga á manos llenas el rango de genios á los poderosos, confundiendo con águilas los pavos. Imbéciles hay que se lo otorgan á sí mismos, desesperados por demostrar que la tortuga es ave alada. Hay una medida exacta para apreciar la genialidad: si es legítima se reconoce por su obra, honda en su raigambre y vasta en su floración. Si poeta, canta un ideal; si sabio, lo define; si santo, lo enseña; si héroe, lo ejecuta.

El ingenio es una esperanza; el genio es su realización. Pueden adivinarse en un hombre joven las más conspicuas aptitudes para alcanzar la genialidad; pero es difícil pronosticar si las circunstancias convergerán á que ellas se conviertan en obras. Y, mientras no las vemos, toda apreciación es caprichosa. Por eso, y porque ciertas obras geniales no se realizan en minutos, sino en años, un hombre de genio puede pasar desconocido en su tiempo y ser consagrado por la posteridad. Los contemporáneos no suelen marcar el paso á compás del genio; pero si éste ha cumplido su obra, una nueva generación estará habilitada para comprenderlo.

En vida, muchos hombres de genio son ignorados, proscriptos, desestimados ó escarnecidos. En la lucha por el éxito pueden triunfar los mediocres, pues mejor sirven á las mediocracias reinantes; pero en la lucha por la gloria sólo se computan las obras inspiradas por un ideal y consoli