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El hombre mediocre

cas oligárquicas y en las demagogias parlamentarias. Siempre que desciende la temperatura espiritual de una raza, de un pueblo ó de una clase, encuentran propicio clima los obtusos y los seniles. Las mediocracias evitan las cumbres y los abismos. Intranquilas bajo el sol meridiano y timoratas en la noche, buscan sus arquetipos en la penumbra. Temen la originalidad y la juventud; adoran á los que nunca podrán volar ó tienen ya las alas enmohecidas.

Adventicias jaurías de mediocres, vinculadas por la trahilla de comunes apetitos, osan llamarse partidos. Rumian un credo, fingen un ideal, atalajan fantasmas consulares y reclutan una hueste de lacayos. Eso basta para disputar á codo limpio el acaparamiento de las prebendas gubernamentales. Cada grey elabora su mentira, erigiéndola en dogma infalible. Los tunantes suman esfuerzos para enaltecer la prohombría de su fantasma: llámase lirismo á su ineptitud, decoro á su vanidad, ponderación á su pereza, prudencia á su pusilanimidad, fe á su fanatismo, ecuanimidad á su impotencia, distracción á sus vicios, liberalidad á su briba, sazón á su marchitez. La hora los favorece: las sombras se alargan cuanto más avanza el crepúsculo. En cierto momento la ilusión ciega á muchos, acallando toda veraz disidencia. De esas baraúndas mediocráticas salen á flote unos ú otros arquetipos, aunque no siempre los menos inservibles.

La irresponsabilidad colectiva borra la cuota individual del yerro: nadie se sonroja cuando todas