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El hombre mediocre

potencia que acompaña á toda noble afirmación de la personalidad.

Por deformación de la tendencia egoísta algunos hombres están naturalmente inclinados á envidiar á los que poseen tal superioridad por ellos codiciada en vano; la envidia es mayor cuando más imposible se considera la adquisición del bien codiciado. Es el reverso de la emulación; ésta es una fuerza propulsora y fecunda, siendo aquélla una rémora que traba y esteriliza los esfuerzos del envidioso. Bien lo comprendió Bartrina, en su admirable quintilla:

«La envidia y la emulación
parientes dicen que son;
aunque en todo diferentes,
al fin también son parientes
el diamante y el carbón.»

La emulación es siempre noble: el odio mismo puede serlo algunas veces. La envidia es una cobardía propia de los débiles, un odio impotente, una incapacidad manifiesta de competir ó de odiar.

El talento, la belleza, la energía, quisieran verse reflejados en todas las cosas é intensificados en proyecciones innúmeras; la estulticia, la fealdad y la impotencia sufren tanto ó más por el bien ajeno que por la propia desdicha. Por eso toda superioridad es admirativa y toda subyacencia es envidiosa. Admirar es sentirse crecer en la emulación de los más grandes: un Ideal preserva de la envi-