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El hombre mediocre

ren por un Ideal. Para anhelar una perfección es indispensable: «el coraje—sentenció Lamartine—es la primera de las elocuencias, es la elocuencia del carácter.» Noble decir. El que aspira á ser águila debe mirar lejos y esforzarse para volar alto; el que se resigna á arrastrarse como un gusano renuncia al derecho de protestar si lo aplastan.

La febledad y la ignorancia favorecen la domesticación de los caracteres mediocres, adaptándolos á la vida mansa; el coraje y la cultura exaltan el individualismo de los excelentes, floreciéndolos de dignidad. El lacayo pide; el digno merece. Aquél solicita del favor lo que éste espera del mérito. Ser digno significa no pedir lo que se merece, ni aceptar lo inmerecido. Mientras los serviles trepan entre las malezas del favoritismo, los austeros ascienden por la escalinata de sus méritos. Ó no ascienden por ninguna.

La dignidad estimula toda perfección del hombre; la vanidad acicatea cualquier éxito de la sombra. El digno ha escrito un lema en su blasón: lo que tiene por precio una partícula de honor, es caro. El pan sopado en la adulación, que engorda al servil, envenena al digno. Prefiere, éste, perder un derecho á obtener un favor; mil daños le serán más leves que medrar indignamente. Cualquier herida es transitoria y puede dolerle una hora; la más leve domesticidad le remordería por toda la vida.

Cuando el éxito no depende de los propios méritos, bástale conservarse erguido, incólume, irre