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El hombre mediocre

do peligroso, obligados á disculparse y ocultarse, como si ofendieran por su sola existencia. Cuando el hombre digno empieza á despertar recelos, el arrebañamiento es grave; cuando la dignidad parece absurda y es cubierta de ridículo, la domesticación de los mediocres ha llegado á sus extremos.


III.—La vanidad y el orgullo.

El hombre es. La sombra parece. El hombre pone su honor en el mérito propio y es juez supremo de sí mismo; asciende á la dignidad. La sombra pone el suyo en la estimación de los demás y renuncia á juzgarse; desciende á la vanidad. Hay una moral del honor y otra de su caricatura: ser ó parecer. Cuando un ideal de perfección impulsa á ser mejores, ese culto de los propios méritos consolida en los hombres la dignidad; cuando el afán de parecer arrastra á cualquier abajamiento, el culto de la sombra enciende la vanidad.

Del amor propio nacen las dos: hermanas por su origen, como Abel y Caín. Y más enemigas que ellos, irreconciliables. Son formas diversas de amor propio. Siguen caminos divergentes. La una florece sobre el orgullo, celo escrupuloso puesto en el respeto de sí mismo; la otra nace de la soberbia, apetito de culminación ante los demás. El orgullo es una arrogancia originada por nobles motivos y quiere aquilatar el mérito; la soberbia