Página:El hombre mediocre (1913).pdf/175

Esta página no ha sido corregida
173
El hombre mediocre

no hay peor jefe que el antiguo asistente, ni peor amo que el antiguo lacayo. Las aristocracias son lógicas al desdeñar á los advenedizos: los consideran descendientes de criados enriquecidos y suponen que han heredado su domesticidad al mismo tiempo que las talegas.

Esas inclinaciones serviles, arraigadas en el fondo mismo de la herencia étnica ó social, son bien vistas por las mediocracias contemporáneas, que nivelan políticamente al servil y al digno. Ha variado el nombre, pero la cosa subsiste: la domesticación de los mediocres se continúa en las sociedades modernas. Lleva más de un siglo la abolición legal de la esclavitud ó la servidumbre; los países no se creerían civilizados si la conservaran en sus códigos. Eso no tuerce las costumbres; el esclavo y el siervo siguen existiendo, por temperamento ó por mediocridad de carácter. No son propiedad de sus amos, pero buscan la tutela ajena, como á la querencia los animales extraviados. La psicología gregaria no se transmuta declarando los derechos del hombre; la libertad, la igualdad y la fraternidad son ficciones que halagan á los espíritus mediocres, sin redimirlos de su mediocridad. Hay inclinaciones que sobreviven á todas las leyes igualitarias y hacen amar el yugo ó el látigo. Las leyes no pueden dar hombría á la sombra, carácter al amorfo, dignidad al envilecido, iniciativa á los imitadores, virtud al honesto, intrepidez al manso, afán de libertad al servil. Por eso, en plena democracia, los caracteres me