no hay peor jefe que el antiguo asistente, ni peor amo que el antiguo lacayo. Las aristocracias son lógicas al desdeñar á los advenedizos: los consideran descendientes de criados enriquecidos y suponen que han heredado su domesticidad al mismo tiempo que las talegas.
Esas inclinaciones serviles, arraigadas en el fondo mismo de la herencia étnica ó social, son bien vistas por las mediocracias contemporáneas, que nivelan políticamente al servil y al digno. Ha variado el nombre, pero la cosa subsiste: la domesticación de los mediocres se continúa en las sociedades modernas. Lleva más de un siglo la abolición legal de la esclavitud ó la servidumbre; los países no se creerían civilizados si la conservaran en sus códigos. Eso no tuerce las costumbres; el esclavo y el siervo siguen existiendo, por temperamento ó por mediocridad de carácter. No son propiedad de sus amos, pero buscan la tutela ajena, como á la querencia los animales extraviados. La psicología gregaria no se transmuta declarando los derechos del hombre; la libertad, la igualdad y la fraternidad son ficciones que halagan á los espíritus mediocres, sin redimirlos de su mediocridad. Hay inclinaciones que sobreviven á todas las leyes igualitarias y hacen amar el yugo ó el látigo. Las leyes no pueden dar hombría á la sombra, carácter al amorfo, dignidad al envilecido, iniciativa á los imitadores, virtud al honesto, intrepidez al manso, afán de libertad al servil. Por eso, en plena democracia, los caracteres me