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El hombre mediocre

admitidos, el respeto de las jerarquías adventicias, la disciplina ciega á la imposición colectiva, el homenaje decidido á todo lo que representa el orden vigente, la sumisión sistemática á la voluntad de los poderosos: todo lo que refuerza la domesticación y tiene por consecuencia inevitable el servilismo.

Los caracteres excelentes son indomesticables: tienen su norte puesto en su Ideal. Su «firmeza» los sostiene; su «luz» los guía. Las sombras degeneran. Fácilmente se licua la cera; jamás el cristal pierde su arista. La mediocridad es un préstamo hecho por la grey al individuo; la originalidad es una virtud intrínseca. Los mediocres encharcan su sombra cuando el medio los instiga; los superiores se encumbran en la misma proporción en que se rebaja su ambiente. En la dicha y en la adversidad, amando y despreciando, entre risas y entre lágrimas, cada hombre firme tiene un modo peculiar de comportarse, que es su síntesis: el carácter. Las sombras ignoran esa unidad de conducta que permite prever el gesto en todas las ocasiones.

Para Zenón, el estoico, el carácter es fuente de la vida y della manan todas nuestras acciones. Es buen decir, pero impreciso. En sus definiciones los moralistas no concuerdan con los psicólogos: aquéllos catonizan como predicadores y éstos describen como naturalistas. Es una síntesis: hay que insistir en ello. El carácter es un exponente de toda la personalidad y no de algún elemento aislado. En los mismos filósofos, que desarrollan sus