Página:El hombre mediocre. Sexta edición (1926).pdf/196

Esta página no ha sido corregida
192
José Ingenieros

exacto que "la torpeza del burgués, mortificado por la natural soberbia de la superioridad, busca consagrar a su igual, cuyo acceso le es fácil y en cuya psicología encuentra los medios de ser satisfecho y comprendido". Hora llega en que las injusticias de los gobernantes se pagan con formidables intereses compuestos, irremisiblemente. Hechas a uno solo, amenazan a todos los mejores; dejarlas impunes significa hacerse su cómplice. Pronto o tarde se saldan sus trabacuentas, aunque sus errores no se finiquiten jamás; los arquetipos de las mediocracias aprenden en carne propia que por un clavo se pierde una herradura.

Como a Midas el divino Apolo, los dignos castigan a los sin vergüenza con la perennidad de su palabra; pueden equívocarse, porque es humano; pero si dicen la verdad ella dura en el tiempo. Esa es su espada; rara vez la sacan, pues pronto se gasta un arma que se desenvaina con frecuencia:

si lo hacen, va recta al corazón, como la del romance famoso.

Y el rencor de los lacayos evidencia la seguridad de la punta que toca al amo.

Para ser completos, son sensibles a todos los fanatismos. Los más rezan con los mismos labios que usan para mentir, como Tartufo; inseguros de arrostrar en la tierra la sanción de los dignos, desearían postergarla para el cielo. Si en su poder estuviera, cortarían la lengua a los sofistas y las manos a los escritores; cerrarían las bibliotecas para que en ellas no conspirasen ingenios originales.

Prefieren la adulación del ignorante al consejo del sabio.

Subyacen a todos los dogmas. Si coroneles, usan escapularios en vez de espada; si políticos, consultan la Monita para interpretar las Magnas Cartas de las naciones. Bajo su imperio La hipocresía—más funesta que la desvergüenza misma—tórnase sistema. En ese combate incesante, renovado en tantos dramas ibsenianos, los amorfos conviértense columnas de la sociedad, y el que desnuda una sombra parece un sedicioso enemigo del pueblo. Todos los avisados golpéanse el pecho para medrar. Las huestes de sacristía crecen y crecen, absorbiendo, minando, ensanchándose: co-