Página:El hombre mediocre. Sexta edición (1926).pdf/155

Esta página no ha sido corregida
151
El hombre mediocre

cender nuevos planetas en el cielo, de arrancar su fuerza a los rayos y a las cataratas, de infiltrar nuevos ideales a las razas envejecidas, de suprimir la distancia, de violar la gravedad, de estremecer a los gobiernos...

Cuando se eleva un astro, ellos asoman por todos los puntos cardinales para entonar el coro involuntario de su difamación. Aparecen por docenas, por millares, como liliputienses en torno de un gigante. Los contrabajistas de arrabal oprobiarán la gloria de los supremos sinfonistas. Gacetilleros anodinos, consumarán biografías sobre algún lejano pensador que los ignora. Muchos que en vano han intentado acertar una mancha de color, dejarán caer su chorro de prosa como si un robinete de pus se abriera sobre telas que vivirán en los siglos. Cualquier promiscuador de palabras enfestará contra el que escriba pensamientos duraderos. Las mujeres feas demostrarán que la belleza es repulsiva y las viejas sostendrán que la juventud es insensata; vengarán su desgracia en el amor diciendo que la castidad es suprema entre todas las virtudes, cuando ya en vano se harían biltroteras para ofrecer la propia a los transeuntes. Y los demás, todos en coro, repetirán que el genio, la santidad y el heroísmo son aberraciones, locuras, epilepsia, degeneración; negarán la excelencia del ingenio, la virtud y la dignidad; pondrán esos valores por debajo de su propia penumbra, sin advertir que donde el genio se resobra el mediocre no llega. Si a éste le dieran a elegir entre Shakespeare o Sarcey, no vacilaría un minuto: murmuraría del primero con la firma del segundo.

Los espíritus rutinarios son rebeldes a la admiración: no reconocen el fuego de los astros porque nunca han tenido en sí una chispa. Jamás se entregan de buena fe a los ideales o a las pasiones que le toman del corazón; prefieren oponerles mil razonamientos para privarse del placer de admirarlos. Confundirán siempre lo equívoco y lo cristalino, rebajando todo ideal hasta las bajas intenciones que supuran en sus cerebros. Desmenuzarán todo lo bello, olvidando que el trigo molido en harina no puede ya germin áureas espigas, frente al sol. "Es un gran signo de mediocridad — dijo Leibnitz — elogiar siempre moderadamente". Pascal