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José Ingenieros

saber; le sirven de timón seguro para marchar por una ruta que él conoce y no oculta a los demás; cuando cambia de rumbo es porque sus creencias se transforman por una nueva experiencia y al calor de las más profundas meditaciones.

Las creencias de la Sombra son surcos arados en el agua; cualquier ventisca las desvía; su opinión es tornadiza como veleta y sus cambios obedecen a solicitaciones groseras de conveniencias inmediatas. Los Hombres evolucionan según varían sus creencias y pueden cambiarlas mientras siguen aprendiendo; las Sombras acomodan las propias a sus apetitos y pretenden encubrir la indignidad con el nombre de evolución. Si dependiera de ellas, esta última palabra equivaldría a desequilibrio o desvergüenza; muchas veces a traición.

Creencias firmes, conducta firme. Ese es el criterio para apreciar el carácter: las obras. Lo dice el bíblico poema:

Iudicaberis ex operibus vestris, seréis juzgados por vuestras obras. ¡Cuántos hay que parecen hombres y sólo valen por las posiciones alcanzadas en las piaras mediocráticas! Vistos de cerca, examinada en obras, son menos que nada, valores negativos. Sombras.

II .—LA DOMESTICACIÓN DE LOS MEDIOCRES

Gil Blas de Santillana es una sombra: su vida entera es un proceso continuo de domesticación social. Si alguna línea propia permitía diferenciarle de su rebaño, todo el estercolero social se vuelca sobre él para borrarla, complicando su insegura unidad en una cifra inmensa. El rebaño le ofrece infinitas ventajas. No sorprende que él las acepte a cambio de ciertos renunciamientos compatibles con su estructura moral. No le exige cosas inverosímiles; bástale su condescendencia pasiva, su alma de siervo.

Mientras los hombres resisten las tentaciones, las sombras resbalan por la pendiente; si alguna partícula de originalidad les estorba, la eliminan para confundirse mejor en los demás. Parecen sólidas y se ablandan, ásperas y se sua-