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Cuando Chelkovnikov, al salir de este departamento, propuso a los accionistas, a quienes manifestaba las mayores atenciones, que pasaran a visitar la "Compound", central de novecientos caballos, estaban ya harto aturdidos y atontados por todo lo que habían visto y oído. Las nuevas impresiones no tenían para ellos ningún interés y no hacían sino fatigarles más. Sus rostros estaban rojos de calor; sus manos y sus vestidos, sucios de hollín. Aceptaron de mala gana la proposición del director, sólo por cumplir hasta el final la misión que les había encomendado la asamblea de accionistas.

Aquella máquina, que era el orgullo de la fábrica, se encontraba en un edificio aparte, muy limpio y coquetón, con piso de mosaico y anchos ventanales. A pesar de sus dimensiones gigantescas. apenas hacía ruido. Dos pistones, de ocho metros cada uno, giraban rápidamente en los cilindros. Un enorme volante, de seis metros de diámetro, con doce cables que se deslizaban a su alrededor, giraba igualmente sin ruido, con vertiginosa rapidez. Los movimientos de este volante conmovían el aire seco y cálido del taller. La máquina daba fuerza motriz a todas las demás máquinas y tornos de la fábrica.

Después de verla, creyeron los accionistas que sus pruebas habían terminado, pero el infatigable Chelkovnikov, en tono muy amable, les hizo de nte una nue proposición.

—Ahora, señores, voy a enseñarles, por decir-