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La capacidad humana para modificar su entorno de acuerdo con sus intereses está en la base de las grandes transformaciones climáticas que hoy presenciamos. Está en nosotros tomar la decisión de aplicar esta capacidad para revertir, en lo posible, lo que se ha hecho hasta el momento y poder, así, ralentizar este proceso de transformación, amortiguar las consecuencias del impacto humano en la crisis ambiental y, por tanto, las implicancias que tiene, y podría tener, en nuestras vidas.

Nuestra responsabilidad como ciudadanos/as es la de cuidar el agua y cautelar que los organismos responsables de su gestión también lo hagan. Para ello, debemos tomar medidas a nivel individual destinadas a hacer un consumo responsable no solo del agua para el aseo y consumo cotidiano, sino también de la huella hídrica de los productos y servicios que consumimos diariamente.

A pesar de que el cambio climático es un hecho y que en 1992 se adoptó, en Chile, la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, todavía hay posturas negacionistas con respecto a la responsabilidad humana en dicha transformación. En aras del desarrollo económico y el progreso, ciertos actores se resisten a aceptar que nuestras acciones tienen consecuencias. Y, si bien es cierto que muchas de estas consecuencias son positivas, a largo plazo producen una serie de inconvenientes que también hay que colocar en la balanza.

Más allá de preocuparnos por la protección del medioambiente como responsabilidad social hacia las generaciones

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