Página:El camarero (1920).pdf/248

Esta página no ha sido corregida
244
 

—Nicolás?

—Qué, le asombra a usted?

—¡Mi hijo también se llama Nicolás! ¡Qué coincidencia!

—Bueno, ya sabe usted que no tiene nada que agradecerme; yo no he salvado a nadie.

Al mismo tiempo su sonrisa me daba a entender que yo no me engañaba. En la pared había un icono ennegrecido por el tiempo, el mismo que Kolia me citaba en su carta.

—Si tuviera aún alguna duda, ese icono la haría desaparecer.

—Ya que el icono lo asegura...

Y el viejo, sin dejar de sonreír, me estrechó la mano y añadió: —Nosotros, los hombres, no sabemos nada.

Dios todopoderoso nos guía en nuestras acciones.

Luego me preguntó qué oficio era el mío y si tenía otros hijos. Yo se lo conté todo.

—Sí—dijo—, hay que dejarse guiar por Dios.

Es el modo de no desviarse del buen camino.

Sin Dios, no somos nada.

Claro. Pero sin personas honradas no se podría vivir.

—Las personas honradas son, a su vez, guiadas por Dios. Lo llevan en el corazón.

Eran palabras de oro. Mucha gente, incluso instruída, no las hubiera comprendido. Vive tan entregada a sus preocupaciones mezquinas, que ni siquiera tiene tiempo de meditar un DO SObre lo que es la vida.