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EL ROBINSON SUIZO.

nuestras. A esta siguieron otra y otra, hasta seis. Despues todo quedó en calma.

La sorpresa me sobrecogió en términos que no sabía qué hacer ni qué pensar de aquel acontecimiento. Santiago gritaba, bailaba é iba de aquí para allí como un loco, sin oírsele mas que: ¡Papá, papá! ¡hombres! ¡Ya vamos á ver hombres! Y ¿ahora dudará V.? exclamaba dirigiéndose á mí. Tal era su entusiasmo que me hizo participar de él, y al punto mandé izar el pabellon del mastelero como señal más adecuada para ser descubierta de léjos.

Dejando á mi hijo al cuidado de la batería, con la prevencion de que nos avisase con un cañonazo si descubria la menor cosa, me apresuré á regresar cuanto ántes á Felsenheim para participar la novedad á la familia, que habiendo visto flotar al aire el trapo aguardaba impaciente noticias ciertas y circunstanciadas.

—Y bien, preguntaron á nuestra llegada: ¿qué hay de nuevo? ¿son europeos? ¿ingleses, franceses? ¿es buque mercante ó de guerra?

Mal podíamos satisfacer la curiosidad general, y lo único que pudímos asegurarles como positivo era la presencia de un barco á lo largo de nuestras costas, lo cual bastó para que la alegría cundiese, desapareciendo todo temor y recelo respecto á semejante aparicion.

Sin embargo, para estar dispuesto á cualquier evento dí órdenes para que todo se pusiese á buen recaudo en la gruta, recomendando la mayor serenidad y vigilancia, anunciando mi resolucion de embarcarme, como lo hice en seguida, con Federico en el caïack y de seguir adentale hasta dar con el buque que rondaba las costas. Esta separacion fue á la vez triste y solemne. Mi buena esposa, á quien la edad cada vez inspiraba más desconfianza en cualquier empresa que se le figurase arriesgada, no pudo contener las lágrimas al vernos en el bote, y ántes de partir nos hizo prometer que no arrostraríamos el menor riesgo en semejante excursion.

A eso de medio dia nos dímos á la vela en nuestro frágil esquife, que deslizándose por las olas al Oeste de Felsenheim nos permitió ver puntos desconocidos hasta entónces á lo largo de la costa. A pesar del riesgo que ofrecia una navegacion con rumbo incierto por una mar erizada de escollos y bajíos, seguros de haber oido clara y distintamente los cañonazos en contestacion á los nuestros, nunca perdímos la esperanza, y al cabo de cinco cuartos de hora de fatigosa travesía para arribar á un promontorio escarpado que me propuse doblar, tras del cual creia, y no sin fundamento, hallar lo que con tanto afan se buscaba, llegados á su más avanzada punta, de repente se presentó á nuestra vista y á corta distancia un hermoso buque europeo majestuosamente reposado sobre sus anclas con la chalupa al costado y ostentando en sus mástiles la bandera inglesa.

No encuentro palabras para expresar los sentimientos que en aquel instante se apoderaron de nuestras almas. Embargada la voz elevámos las manos al cielo: muda pero ardentísima plegaria llena de fe y de agradecimiento al Señor. Pasada esta primera emocion Federico quiso arrojarse al mar y llegar á nado