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CAPÍTULO LVIII.


La nave europea.—El ingeniero y su familia.—Preparativos de regreso á Europa.—Separacion.—Fin de la historia.


¡Cuán variadas sensaciones embargan mi ánimo al comenzar este capítulo que terminará con la palabra fin! ¡Dios es grande! ¡Dios es bueno! Tal es el sentimiento que en mi corazon sobrepuja á todos cuando por última vez fijo la mente en esta parte de nuestra historia. La milagrosa salvacion de mi familia aun está presente á mis ojos, y en el tropel de ideas que agitan mi atribulado espíritu apénas alcanzo á coordinarlas para acabar dignamente este libro que luego quedará cerrado para siempre. Dispense el lector el desórden que notará en esta parte de mi relato, por no hallar palabras con que resumir los acontecimientos de mis últimas horas de destierro.

Mas el que desde el principio hasta el presente se haya interesado en el destino y porvenir de una inocente familia no podrá ménos de leer con cierta satisfaccion el inesperado desenlace de esta larga y quizá para algunos pesada historia.

Basta ya de preámbulos. El tiempo urge y deseo llegar á la conclusion de la obra en que he invertido diez años de mi vida.

Estaba para terminar la estacion de las lluvias, ó al ménos ya no eran tan frecuentes como al principio; la naturaleza parecia querer reanimarse más pronto que de costumbre, el cielo estaba despejado, todo en fin anunciaba el del mal tiempo. Las palomas salieron de su retiro y nosotros pudímos abrir la puerta de la gruta para desquitarnos de la reclusion de dos meses, estirando los miembros entumecidos por tan larga inaccion.

Nuestras primeras atenciones se las llevaron la huerta, los plantíos, los jardines y demas propiedades adyacentes maltratadas por los vientos y las lluvias. La familia pasaba todo el dia vagando aquí y acullá, gozando la libertad con tanto afan suspirada.