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CAPÍTULO XLIX.

cadas, ricos buñuelos, una fritada de guayaba, canela en almibar y aguamiel. Una botella de víno del Cabo y otra de Canarias completaban el lujo semioriental de la opípara cena, que en vez de tener algo de rústico, brillaba por el refinamiento de la moderna civilizacion.

Durante el banquete y de sobremesa cada cual contó sus aventuras. Federico nos refirió su entrada en el gran valle inmediato á Waldek, los lazos y trampas que se habian dispuesto para coger los ondatras y ratas de agua con los cebos que más agradaban á estos animales.

—Uno de aquellos equivocado, añadió, ha sido causa de que cayesen en la trampa dos de las bestias picudas que forman parte del botin. Por toda comida hemos tenido algunos peces pescados con caña, y unas cuantas raíces de ginsen asadas al rescoldo. Ya ven VV. que hemos estado bien frugales.

El impetuoso Santiago tomó en seguida la palabra con su acostumbrada fanfarronería.

—Sí, buena caza la de mis hermanos: peces, ratas y cosas por el estilo. Mi corcel y mi chacal no se entretienen en esas fruslerías; á ellos debemos la mejor presa, una presa real, el noble y bello kanguró.

—Y por cierto, añadió Franz, que poco trabajo te ha costado atraparlo. A diez pasos de nosotros se hallaba pastando tranquilamente, y sin duda aun no habia sentido el olor de la pólvora.

—Pues yo, continuó Federico, he tenido la suerte de encontrar una planta que de seguro vale más que el kanguró. Examínela V., papá; vea la buena disposicion y solidez de las espinas de estos cardos. ¿No es verdad que podrán servir para cardar el fieltro, peinar y alisar el pelo de nuestros sombreros? Para que lo tengamos á mano he traido tambien algunos piés con raíz, que trasplantados en la huerta serán pronto arbustos.

—¡Qué cardos, ni qué niño muerto! replicó Santiago; más vale mi caza, y lo mejor es que se la debemos al chacal. ¡Y luego dirán que no está bien enseñado!

El variado botin que habian traido los niños yacia á nuestra vista por el suelo. Las ratas llamaron poco la atencion; el castor moschaten tuvo el honor de ser examinado más despacio. Los cardos de Federico cumplian efectivamente al objeto por él indicado; pero el kanguró se juzgó lo más selecto de la cacería. Era ya el segundo animal de esta especie que habíamos encontrado desde el naufragio. Maese Ernesto, ya más ducho en el ramo de la historia natural, no desaprovechó la coyuntura de disertar algo sobre la tal bestia.

—El kanguró, dijo, es uno de los más raros animales del nuevo mundo. Los hay que tienen hasta nueve piés de largo desde la punta del hocico hasta la de la cola, y pesan sobre cincuenta libras. Su pelo es corto y suave, de color gris rojizo, algo más claro en los costados y el vientre. Tiene la cabeza pequeña y entrelarga; las orejas grandes y derechas, y un mostacho en la nariz; el cuello