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CAPÍTULO XL.


Disecacion del boa.—Greda de batan.—La gruta de cristal.


La precedente leccion, cuyo principal mérito consistia en darse en presencia del mismo boa, entretuvo las primeras horas de nuestra libertad. Justo era ese corto desahogo despues de tres dias de angustia. Era la segunda salvacion, casi tan importante como la del naufragio. Nunca se aprecia más la dicha de vivir que despues de haber pasado por un peligro real que haya amagado nuestra existencia.

Pero era menester hacer algo y concluir con el boa. Miéntras mi esposa acompañada de Federico y Santiago se fué á la gruta para traerse el búfalo y la vaca, Ernesto, Franz y yo nos quedámos á la mira del reptil para ahuyentar las aves de rapiña que ya le rondaban, pues deseaba conservar entera la brillante piel de que estaba revestido. Aproveché esta coyuntura de quedar solos para reprender con dulzura á Ernesto el exceso de prudencia, mejor dicho, timidez, que habia demostrado con la serpiente, y como por via de castigo, riéndome, le impuse la obligacion de componer un epitafio al pobre asno. Semejante castigo era casi un placer para el doctor que ya habia dado algunas pruebas de su poética aficion en varias décimas y redondillas que compuso, ya para el dia de año nuevo, ya como felicitaciones en los cumpleaños de la familia; y así, tomando el asunto por lo serio, y despues de diez largos minutos de recogimiento con la mano apoyada en la frente, se levantó de improviso, y como Pitágoras al resolver su problema, exclamó:

—He aquí el epitafio; pero ciudado con reirse.

Y entre tímido y satisfecho recitó los siguientes versos:

Aquí yace en esta fosa
un borrico que murió
con una muerte horrorosa;
mas con ella preservó
de igual suerte desastrosa
á un padre, una madre y cuatro hijos que Dios le dió.