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CAPÍTULO XXXVIII.

rada, haciendo fuego hasta mi esposa, que en aquella ocasion mostró un valor superior á su sexo.

El mónstruo se levantó en seguida; pero, ya por mala puntería, ó porque las balas resbalaran por las escamas del reptil, nos pareció que habia quedado ileso. Federico y yo volvímos á dispararle con tan mal éxito, que deslizóse la serpiente en seguida, yendo á esconderse en los cañaverales del Pantano de los gansos, donde desapareció en breve.

Una exclamacion de sorpresa general acompañó á esta desaparicion, comenzando á respirar libremente como si un grandísimo peso se nos quitara de encima. La sola presencia del mónstruo oprimia el corazon y embargaba el uso de la palabra. Recobrada el habla, discurrímos acerca de las formas de tan terrible enemigo; el miedo que nos embargaba le dió mayores proporciones, y únicamente se discordaba sobre el color de la piel. Dejé á los niños que disertasen á su placer, miéntras recapacitaba el medio de conjurar el gran riesgo en que nos encontrábamos con semejante vecindad. Desazonábame sobremanera no encontrarlo, al considerar nuestras escasas fuerzas comparadas con las de tan terrible adversario. Por de pronto consideré como locura el solo pensamiento de combatirle en campo raso, y así encargué que nadie saliese de la cueva sin mi permiso, y permaneciesen todos alerta á los movimientos del boa.