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sus copas la más eminente de algún lapacho, rugoso gigante que no desdeña florecer en rosa, como un duraznero, arrojando aquella nota tierna sobre la tenebrosa esmeralda de la fronda.

Nada más ameno que esos trozos de selva, destacándose con decorativa singularidad sobre el almagre del suelo. Sus meandros parecen caprichos de jardinería, que encierran entre glorietas verdaderas pelouses. Los pastos duros de la región, fingen á la distancia peinados céspedes; y el paisaje sugiere á porfía, correcciones de horticultura.

Las palmeras-sobre todo el precioso pindó, de hojas azucaradas como las del maíz-ponen, si acaso, una nota exótica en el conjunto, al lanzar con gallardía, me atrevo á decir jónica, sus tallos blanquizcos á manera de cimbrantes cucañas; pero nada agregan de salvaje, nada siquiera de abrumador á la circunstante grandeza. Esta se conserva elegante sobre todo, y los palmares que comienzan cada uno de esos bosques, dan con su columnata la impresión de un pronaos ante la bóveda forestal.

Serrezuelas entre las cuales corren ahocinados