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OTELO.
DUX.

Sea quien fuere el autor de vuestra afrenta, el que ha privado de la razon á vuestra hija y la ha arrancado de vuestra casa, vos mismo aplicareis con inflexible rigor la sangrienta ley, aunque recaiga en mi propio hijo.

BRABANCIO.

Gracias, señor. Quien la robó es el moro.

DUX Y SENADORES.

¡Lástima grande!

DUX.

¿Qué contestais, Otelo? ¿Qué podeis decir en propia defensa?

BRABANCIO.

¿Qué ha de decir, sino confesar la verdad?

OTELO.

Generoso é ilustre Senado, dueños y señores mios, confieso que he robado á la hija de este anciano, y que me he casado con ella, pero ese es todo mi delito. Mi lenguaje es tosco: la vida del campo no me ha dejado aprender palabras suaves, porque desde que apenas contaba yo seis años y mis brazos iban cobrando vigor, los he empleado en las lides, y por eso sé menos del mundo que de las armas. Mala será, pues, mi defensa, y poco ha de aprovecharme; con todo eso, si me otorgais, vénia, os contaré breve y sencillamente como llegue al término de mi amor, y con qué filtros y hechicerias logré vencer à la hija de Brabancio.

BRABANCIO.

¡Una niña tan tierna é inocente que de todo se ruborizaba! ¿cómo habia de enamorarse de un mons-