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—¿Y tu señora?

—Está indispuesta. Desde que se inició este drama en que tú vienes á ser mi salvador, duda de todo el mundo, y ¡lo que son las mujeres! ésta, tan inteligente, tan aguda, tan fina, no quiere rendirse á la evidencia, y hasta sospecha de...

Se detuvo, como no queriendo decir la enormidad que adiviné, y que descubrí preguntando afirmativamente:

—¿De mí, eh? Y sin esperar la respuesta, le tendí la mano, efusivo y conmovido, murmurando:

—¡Qué le haremos! ¡No hay dicha ni desgracia completas en este mundo!


XV

Escribo estas Memorias en Europa, lo que quiere decir que obtuve la plenipotencia malamente ambicionada por Vázquez. Pero no fué sin sufrimientos. Apenas se comenzó á hablar de mi candidatura, un periodicucho efímero, de ésos que suelen publicar los muchachos en los momentos de agitación, El Chispero, emprendió una feroz campaña contra mí, como si yo fuese el representante de toda una época de corrupción.

No le hice caso. No le hice caso hasta que habló malévolamente de la muerte de Camino, insinuando las peores suposiciones. Y aun así, no di importancia á aquellos dicterios, teniendo como tenía mi nombramiento en el bolsillo y mi paz perpetua asegurada, hasta el instante en que, al pie de uno de esos artículos vi esta firma desconcertante: «Mauricio Rivas».

«Mauricio Rivas».