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ser lo que son, mientras que nosotros no sabemos lo que somos.

—¿Qué significa?

—Ellos pueden oponerse á las circunstancias; nosotros las estudiamos para seguirlas.

—Haces juegos de palabras, y nada más.

—Me alegro de que lo tomes así.

Yo creía y creo todavía en la existencia de lo que se llama «hombres superiores», y en que son los que señalan rumbos á las sociedades y los pueblos. Y, mientras escribo estas líneas, leo un discurso de Roosevelt, pronunciado en Bruselas, panegirizando la medianía. Es una adulación electoral, como las de nuestros discursos de provincia, en que alabamos á los labradores y los ganaderos, como á las más altas y fuertes columnas de la sociedad y de la inteligencia...

Otras cosas me distrajeron. El Gobierno estaba cada vez más preocupado con la situación, especialmente en su parte económica. Una especie de bancarrota amenazaba al país, y los Ministros de Hacienda se sucedían haciendo desatinos cada vez mayores. Para detener el alza del oro, el Gobierno vendió todo lo que tenía, que fué inmediatamente absorbido por los banqueros, y emigró. Sin haber detenido la subida, lejos de eso, tuvo necesidad de metálico en crecida cantidad para amortizar empréstitos y pagar intereses, y debió comprarlo á precios inverosímiles. Corrió la voz de graves irregularidades en los bancos, y en la capital se respiraba un ambiente de desconcierto que olía á revolución. Lo que supo Rozsahegy meses antes lo sabía todo el mundo ya. Mi suegro me llamó entonces, con urgencia.

—¿Has hecho lo que dije?

—No sé á qué se refiere.