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parezca no venir á pelo: La mujer, en nuestro país, como en todas partes, es el mejor vocero, el único propagador de la fama. No se la tiene, muchas veces, en cuenta, pero en mi larga experiencia de la vida sé que quien la ha descuidado, ha caído necesariamente en el olvido, y que quien la cultivó, por ínfimo que fuese, ha llegado á las alturas, porque más tira un pelo de mujer que una yunta de bueyes—como dicen que dijo Rosas,—y porque, como no envidian á los hombres, ni los desdeñan, tienen para la mercancía de su agrado recomendaciones entusiastas que no pueden nunca tener los hombres para sus rivales...

Cuando volví á Buenos Aires, cumplidas las fúnebres ceremonias, reanudé mi vida de agitación.

Eulalia me hizo algunas observaciones: la descuidaba demasiado. Era cierto, pero no me inquietó. Me consideraba fuera de todo peligro, gracias á mis méritos físicos é intelectuales, pese á todos los ejemplos que en contrario me presentaban la historia, la tradición y la crónica escandalosa de nuestra época... Eulalia, tan fina, tan discreta, podría y debería ser una gran señora en el momento oportuno, que no había llegado todavía. ¿Cómo exhibirla con sus toscos padres? ¿Cómo fundar ó refundar una aristocracia con los Rozsahegy á la rastra? Yo tenía fuerzas suficientes para imponer á Eulalia, pero no á Irma y á don Estanislao. Puede que pudiera; pero, en fin, ni yo mismo lo quería.

Eulalia, á veces, parecía comprenderlo; otras, su ambición rompía todo lazo: pero era una ambición hacia mí, no hacia la sociedad, y esto me hacía desgraciado.

—María haría lo mismo, pero con todo derecho y toda probabilidad de triunfo—me decía yo.—Teresa podría intentarlo con éxito, porque,